miércoles, 2 de julio de 2008

CUENTO PARA ADORMECER A UN NIÑO

El azar lo llevaba cada tarde hasta el puerto. Allí abandonaba su ropa entre las barcas. Vestido con su traje de baño, se zambullía en el agua y buceaba perezosamente intentando rescatar los sueños perdidos en su infancia.

Después se secaba al sol sobre las piedras del muelle y salía a pasear, observando los ojos de buey de los barcos, iluminados por luces mortecinas.

En la puerta de las tabernas se juntaba con mujeres de voz ronca y con viejos amigos, hasta que, con las primeras lluvias de la noche, como cada jornada, volvía a su trabajo en el Hospital de las Marismas, el refugio de los hombres turbios que transitan los laberintos de la locura.

Llegaba a casa de madrugada, agotado y sombrío. Como un náufrago que se aferra a su salvavidas, buscaba el cuerpo desnudo de la mujer que, noche tras noche, sin pedir nada, lo aguardaba para enjuagar sus lágrimas de niño roto.

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