martes, 8 de julio de 2008

EL OCTANDRO


Después de varios años de búsqueda, Mahin, un joven comerciante de Basora, encontró, en la tienda de un anticuario de su ciudad, el octandro, una diminuta caja mágica de ocho espículas y desvaídos dibujos, fuente inagotable de energía que resolvía todos los males y preservaba de la enfermedad y la muerte.

Pudo probar su utilidad con su padre, gravemente enfermo, que curó en pocas horas de forma milagrosa. Poco después, sin dar explicaciones a nadie, Mahin decidió abandonar su casa, donde había vivido hasta entonces. Su padre, que había sido un enfermo dulce, agradecido y cariñoso, una vez recuperado se había vuelto despótico y desconsiderado, como lo recordaba siempre desde niño. Mahin no le deseaba ningún mal, pero tampoco quería echar su vida a perder. Un día cogió las pocas cosas que necesitaba y se dirigió a Damasco.

Allí encontró toda la felicidad que buscaba. Abrió un pequeño negocio y se casó con Sheeva, una bella muchacha iraní. Tuvo tres hijos con ella, hermosos, inteligentes y amables, a la vez que expansivos y alegres, ya fuera o no gracias al poder del octandro.

La caja maravillosa ocupaba un lugar principal sobre un mueble del salón, la estancia principal de la casa, irradiando prosperidad a todos sus miembros. Un buen día, sin embargo, el octandro desapareció. Mahin, a pesar del inmenso valor que para él poseía, nunca hubiera imaginado que alguien pudiera robarla.

Desde entonces nada fue bien. Estalló la guerra en su país, Irak, y Mahin, preocupado por su padre, volvió a Basora, dejando en Damasco a su familia.

Durante dos años permaneció en un país en guerra, sin apenas contacto con sus hijos y su esposa. Salir del país era peligroso y su padre había vuelto a enfermar de gravedad, por lo que no quería dejarle solo. Los alimentos y medicinas escaseaban y Mahin recordaba cada día el octandro perdido, que hubiese devuelto a su padre la salud perdida y les hubiera procurado todo lo necesario.

Cuando al fin el padre murió, decidió volver a Damasco. Pasó innumerables penalidades para atravesar el país, controlado por patrullas extranjeras y por las milicias y facciones islámicas. Su mujer y sus hijos eran una preocupación constante. Pensaba que sin la protección del octandro estarían pasando terribles penurias.

Cuando al fin llegó a Damasco, sin embargo, encontró a su esposa y a sus hijos sanos y felices por volver a verlo. El negocio había prosperado gracias a Sheeva. Viendo que la felicidad volvía a su vida, pensó que no hay un objeto que la pueda atraer con más fuerza que el cariño y la confianza en sí mismo y la cercanía de los seres que queremos.

Desde entonces, se observa cada día en todos los demás y se recoge de noche, en la terraza de su casa, para encontrarse en las estrellas silenciosas. Mahin agradece al firmamento todo lo bueno que hay en su vida. Antes de irse a dormir habla en voz baja con su padre, al que recuerda con inmenso cariño y le pide ayuda para ser feliz. Al día siguiente, como por encanto, todo sucede a la perfección, como si una energía secreta guiara al mundo.

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