lunes, 28 de julio de 2008

LA YIHAD DEL ALMA


De camino hacia Pakistán, Walter Songoma atravesó el desierto de Lut, al norte de Irán, en su vehículo todo-terreno. Quería dormir en un caravasar, uno de los edificios donde habían descansado durante cientos de años los viajeros que se aventuraban por estas tierras siguiendo las antiguas rutas de las caravanas. Walter se encontraba muy cerca de la frontera con Afganistán, pero había decidido evitar el paso por ese país, que estaba soportando una cruel guerra.

El caravasar era más grande de lo que esperaba. Tenía una planta cuadrada y recordaba a un fuerte situado en mitad de aquella tierra árida, con un patio interior a cielo abierto. En el pasado, con seguridad, habría albergado a muchos viajeros del desierto, junto con sus animales de carga y las mercancías que transportaban. Esta vez solo se alojaban en él una familia nómada de cuatro miembros, que disponían del mismo número de camellos, y un viajero solitario, un médico que viajaba en su vehículo hasta Khadang, un pequeño poblado cercano a la frontera. Había decidido pasar la anoche allí, al igual que Walter, más por afición a la aventura que por estricta necesidad.

Los nómadas se mostraron encantados de compartir todos sus bienes, pero no hablaban una palabra de inglés ni de francés. Después de cenar frugalmente, el médico, llamado Farid, salió con Walter a contemplar la maravillosa noche del desierto iraní. Walter se sintió transportado a un tiempo muy lejano, del que los caravasares eran uno de los pocos vestigios que aún podían encontrarse.

Hablaron largamente de los pueblos árabes, y de un modo especial de las guerras en Irak y Afganistán. Farid estaba completamente en desacuerdo con al intervención extranjera en los dos países, que asociaba únicamente con intereses económicos o estratégicos: “los gobernantes de entonces eran malos pero los de ahora no son mejores, simplemente son más dóciles y manipulables”, dijo.

“Tenemos derecho a echar a los extranjeros, si no es por las buenas, por las malas, por medio de la Yihad”, prosiguió Farid. “Pero la yihad causa muchas víctimas inocentes y entonces se convierte en injusta. Además, yihad no solo significa guerra, sino muchas otras cosas. La yihad más importante es la yihad interior, el esfuerzo constante, la introspección, la conquista de uno mismo. Esa es la gran yihad de la que habla el libro sagrado, la yihad del alma, que es algo aún pendiente para la mayor parte de los musulmanes y del resto de los habitantes del mundo”.

Hablando, llegó la madrugada. Pudieron ver que a lo lejos se levantaba una pequeña tormenta. Cansados, se fueron a dormir, el uno al lado del otro, mientras la arena revoloteaba, delicadamente, en el aire caliente.