miércoles, 16 de julio de 2008

OBATALÁ


Nada más llegar a Santiago de Cuba, después de 600 kilómetros de viaje en coche desde Trinidad, nos dirigimos al club de ajedrez local, situado en la plaza central, y buscamos allí a Máximo, para el cual llevábamos el regalo de unos amigos que lo habían conocido varios años atrás.

Máximo era un hombre pequeño, de piel negra y unos sesenta años de edad, que decía que en aquel mismo club había jugado al ajedrez con Capablanca. Vestía zapatos, pantalones, camisa y gorra de color blanco, lo cual, según supimos después, indicaba que era santero o que estaba en camino de serlo.

Máximo nos paseó por Santiago de día y de noche. Nos llevó a bares desconocidos y a paladares ilegales. En uno de ellos, la camarera que nos atendió, de origen francés, era especialmente guapa. Al darse cuenta de que la miraba, Máximo se dirigió a mi y me dijo: “¿Te gusta, eh? A ver si puedo hacer algo”.

A la noche fuimos al Café de la Trova. Allí, un lugar para turistas, aparecieron de repente dos mulatas jovencitas, amigas de Máximo, que se pusieron a charlar con nosotros. Noté que una de ellas, la más gruesa, me miraba fijamente durante un buen rato. De repente, con voz rotunda, dijo: “Hay alguien que te quiere hacer daño, tienes que cambiar de trabajo”. Después aseguró que iba a enamorarme de una cubana y que estaba protegido por Obatalá, un dios de la santería, al que debía tener siempre a mi lado.

Obatalá, por lo que pude leer más tarde, es el mayor de los Orishas, apreciado por todos los demás. Es dueño de todo lo que tiene color blanco, de la cabeza, de los pensamientos y de los sueños. A Obatalá le gustan la paz y la armonía y es la única de estas divinidades o espíritus que tiene una parte masculina y otra femenina.

Las chicas bailaban sensualmente y después se sentaban a beber cerveza y se reían, discutiendo entre ellas sobre los dioses de la santería y sus ceremonias. La que para mi gusto era la más guapa me dijo que si no me gustaba y que podíamos ir juntos a algún lado. Todavía no demasiado borrachos, mi amigo y yo nos escabullimos como pudimos y volvimos solos, de madrugada, al hotel.

Antes de quedarme dormido no pensé en la chica del paladar ni en la mulata aficionada a la santería, sino en Obatalá, mi dios protector, creador de la tierra y rey del mundo.

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